Vivimos persiguiendo algo que parece siempre escaparse entre los dedos: la felicidad. La buscamos en lo que tenemos, en lo que conseguimos, en lo que otros validan de nosotros. Nos han enseñado que la felicidad está ahí fuera, esperando a que la alcancemos cuando logremos ser lo suficiente, tener lo suficiente o hacer lo suficiente. Pero esa búsqueda incesante tiene un pequeño gran error de base: la felicidad no se encuentra fuera, sino dentro.

Nos hemos acostumbrado a confundir felicidad con bienestar. El bienestar es externo: tiene que ver con condiciones favorables, con comodidad, con placer, con circunstancias que nos hacen sentir bien por un tiempo. Está relacionado con el tener. La felicidad, en cambio, es un estado interno de equilibrio, serenidad y plenitud. Es independiente de lo que ocurra fuera. Surge del estar bien con uno mismo y de cultivar una sana autoestima. esa base que sostiene nuestro bienestar interior.

La trampa del ego y la fórmula equivocada

Vivimos atrapados en una fórmula socialmente aceptada y que realmente es altamente disfuncional que es:

Hacer → Tener → Ser.

Nos esforzamos por hacer muchas cosas, producir, destacar, demostrar, para luego tener —reconocimiento, dinero, pareja, éxito, seguidores—, y solo entonces, creemos que podremos “ser” felices. Pero esa fórmula nunca se completa. Siempre falta algo. Siempre hay un escalón más, una comparación nueva, un objetivo que aún no hemos alcanzado.

Esta es la fórmula del ego, de la mente egoica que es comparativa y exigente, que se alimenta del “no soy suficiente”. Nos mantiene girando en una rueda que nunca se detiene. Por eso, por más logros o posesiones que acumulemos, la sensación de vacío o de insatisfacción permanece.

La fórmula real, la que transforma, es justo la contraria:

Ser → Hacer → Tener.

Primero soy, ´Ser¨Me reconozco. Me acepto. Me cuido. Desde ese equilibrio interior, desde esa paz conmigo mismo, puedo hacer, actuar, crear, relacionarse desde un lugar más pleno y auténtico. Y lo que tenga, lo que llegue, lo que se materialice, el tener, será consecuencia natural de ese estado de ser.

La felicidad no se compra, se cultiva

Una de las cosas que más feliz me ha hecho últimamente no tiene que ver con ningún gran logro ni con algo que haya adquirido. Fue algo tan simple como ver cómo mi aguacate, aquel que planté hace más de un año y medio, después de casi secarse del todo este verano, comenzó de repente a brotar de nuevo. Un tallo que parecía muerto, seco, del que nadie esperaría vida, empezó a mostrar pequeños capullitos verdes de futuras hojas. Cada mañana me levanto y me acerco a verlo, con la ilusión de quien presencia un milagro.

Ese momento, esa alegría tranquila, es felicidad. No porque haya sucedido algo extraordinario, sino porque me conecté con el presente, con la vida que se renueva, con el pequeño milagro cotidiano que pasa desapercibido cuando vivimos corriendo. Esos instantes son semillas de felicidad: sencillos, auténticos, internos. Recordar que todos estamos conectados con todos, con la vida, con la fuente, con Dios, o como cada cual le quiera llamar.

Cómo reconectar con la felicidad interior

  1. Detén la comparación. La mente egoica se alimenta del “yo debería ser como…” o “los demás tienen más que yo”. Cada vez que te comparas, te desconectas de ti. Vuelve a tu propio camino, a tu propio ritmo.
  2. Practica la gratitud. No como un gesto superficial, sino como una mirada profunda hacia lo que ya tienes y te sostiene: un abrazo, un amanecer, un brote que renace. Pequeños gestos repetidos con conciencia —como agradecer, respirar, observar— se transforman con el tiempo en hábitos que duran, que nos ayudan a mantenernos conectados con la calma interior.
  3. Escucha tu diálogo interno. La felicidad no puede florecer en una mente que se castiga. Cuidar cómo nos hablamos y reconocer nuestras propias heridas —esas que a veces arrastramos desde la infancia— es parte del proceso de sanar para crecer.

 

  1. Simplifica. Cuanto más nos llenamos de cosas, más ruido hay fuera y menos espacio dentro. A veces basta con parar, respirar y mirar alrededor con atención. Apreciar lo que tenemos, lo que hay , lo que es, que es mucho y casi siempre muy simple.
  2. Conecta con el presente. La felicidad no está en el pasado ni en el futuro, sino aquí, ahora. Cada vez que habitas plenamente el momento, aunque sea breve, la felicidad se manifiesta. Esa es la fuerza del poder de la atención,la práctica de estar realmente presentes, ser plenamente conscientes.

Del bienestar al ser-estar

No se trata de renunciar al bienestar, sino de no confundirlo con la felicidad. El bienestar puede acompañar la felicidad, pero no la garantiza. Podemos estar bien y no ser felices; o atravesar momentos difíciles y, aun así, sentirnos en paz. La felicidad puede coexistir con el dolor, con la incertidumbre o con el cambio, porque no depende de nada externo. Surge también de nuestra capacidad de adaptarnos, de cultivar la resiliencia  y aprender de cada experiencia.

La felicidad no depende de las circunstancias, sino de la relación que tenemos con nosotros mismos. Es ese estado de ataraxia —como decían los antiguos filósofos— donde reina la serenidad, donde lo externo pierde poder sobre lo interno.

 

En una sociedad que nos empuja a hacer, tener, demostrar y comparar, detenerse para ser es casi un acto de rebeldía. Pero es ahí donde empieza el verdadero bienestar: el que nace del alma, de nuestro Atman, no del escaparate. La felicidad no se busca, se recuerda, se reconoce, se siente. Está en ti, siempre ha estado. Solo hace falta silencio, atención y una mirada amable hacia adentro para volver a encontrarla.

Pedro Serrano

Coach Emocional y Ejecutivo

www.pedroserrano.coach