“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos”. No sé por qué se me viene a la cabeza Juan Ramón Jiménez cuando pienso en mi perro. Será porque la descripción del burro más famoso de la literatura española se me asemeja a la de mi perro. El otro día estaba con él y pensaba en cómo habíamos intervenido en su destino, en qué hubiera sido de él si no llega a cruzarse en nuestras vidas.
A Ron, como a tantísimos perros (y demás animales) de España, le abandonaron. Le dejaron junto con sus hermanos en las laderas de un monte. Le abandonaron quizás esperando que alguien les encontrara o quizás dejando a la suerte su futuro. Qué más da. Le miraba y pensaba en qué hubiera sido de él si no llegamos a adoptarlo. Me gustaría pensar que estaría con otra familia que le quisiera tanto como nosotros, pero los datos de las perreras no hacen más que demostrar que algo así no siempre ocurre.
Me preguntaba, si en vez de estar con otra familia, estaría en la jaula de una perrera esperando a que alguien viera en él algo especial que le hiciera ser el escogido para llevárselo a casa. Podría retomar los versos de Platero, pero si tuviera que definir a Ron, lo haría con una sola palabra: alegría. Ron es alegría pura. Cuando le miro y tiene el morro abierto parece que estuviera sonriendo. Mientras, mueve el rabo sin parar. Cualquiera diría que es amor de dueña… y seguramente lo sea.
Todos los que hemos tenido o tenemos un animal (y no los abandonamos) sabemos el inmenso amor que se siente hacia ellos. Forman parte de nuestra vida, son un miembro más de la familia. En el momento en el que un animal entra en tu vida, te haces responsable de él con todo lo que ello conlleva: tu tiempo, el veterinario, viajes pensados para que él también pueda ir… Todo cambia, pero para bien, y todos los posibles contras merecen la pena.
Y cuando te das cuenta de todo lo bueno que es capaz de darte un animal, te empiezas a preguntar las cosas al revés: qué hubiera sido de nosotros si Ron no llega a cruzarse en nuestro camino. Ron nos da alegría y compañía, ¿qué más se puede pedir a un perro que no espera de ti nada a cambio?
Me parece alarmante que en 2018, cerca de 140.000 perros y gatos fueran acogidos en refugios y protectoras españolas, pero me parece todavía más preocupante que el 45,5% de las familias que perdieron un perro no quisieron recuperarlo a pesar de que contaba con microchip. No sé si es cuestión de educación, si es cuestión de valores o si es cuestión de ética. Lo que sí sé es que algo estamos haciendo mal. Lo que sí sé es que si por mí fuera las penas por maltrato y abandono animal no serían tan irrisorias como son en España.
No logro entender cómo hay personas que son capaces de maltratar o abandonar a un animal. Ni puedo ni quiero. Decía Gandhi que un país, una civilización, se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales, aunque puestos a elegir me quedo con las palabras de Pérez-Reverte: hijos de la grandísima puta.
Llegó el verano. Los graciosos cachorrillos de Navidad empiezan a ser molestos. Los dueños miserables ya piensan cómo librarse de ellos para irse de vacaciones. Centenares de vidas leales y felices están a punto de ser destrozadas. Hijos de la grandísima puta. pic.twitter.com/IQgXoa7N9N
— Arturo Pérez-Reverte (@perezreverte) June 25, 2019