‘En Italia están pidiendo a la gente que no salga de sus casas, dentro de poco será oficial y nadie podrá salir a la calle salvo para hacer la compra’. Este fue el primer mensaje que recibí como antesala de lo que estaba por venir. Me lo enviaba mi hermana, casada con un italiano, y ya alertaba de que no era el típico mensaje de esos que no haces mucho caso. Si está pasando en Italia, poco tiempo hace falta para que pase también aquí. Y lo reenvié como aquel que inicia una cadena esperando a que me hicieran tanto caso como el que yo le hice a ella. No sé el efecto que tuvo en aquellos, pero sí sé que, efectivamente, fue la antesala de lo que estaba por venir.
Ahora, que llevamos más de 60 días confinados en nuestras casas, solo podemos preguntarnos cuánto queda y cómo va a ser nuestro futuro. Veinte años no es nada, dice Gardel y, sin embargo, 60 días me parece ya toda una vida. Estos días, que bien merecen un estudio sociopsicológico, no paramos de hablar con todo el mundo, incluso con aquellos con los que ya no hablábamos.
No paramos de escuchar hablar de ERTEs, de dudas y de miedos. En una de tantas conversaciones, escuché una de las frases que más me impactó. ‘Acabaremos conociendo a los muertos’, dijo. Por aquel entonces, se acaba de morir Carlos Falcó y Lorenzo Sanz, dos de los primeros rostros a los que poníamos nombre y apellidos por el Coronavirus. Y, poco tiempo después, hemos puesto nombre a parientes de gente conocida, eso si tenemos la suerte de no ser nosotros aquellas familias que lloran sus muertos en la distancia.
Son días extraños. Tanto para la libertad como para el cariño. Echar de menos lo que dabas por hecho es algo a lo que no estamos acostumbrados. En mi caso, igual que en el de tantas personas que vivimos fuera de nuestras familias, echo de menos VOLVER. Ir a casa y estar en familia… Desde la distancia todo se vive con más nostalgia.
Nos han arrebatado de repente la libertad de poder ir, de poder abrazar, de poder hablar cara a cara. ‘Para la libertad sangro, lucho, pervivo’, advertía Miguel Hernández. A estas alturas lo único que está claro es que si nos privan del cariño y de la libertad, todo se impregna de un ánimo difícil de levantar. Veinte años no es nada, decía Gardel. Llevamos 60 días, y una ya no sabe si vive donde reside porque tiene el corazón en todos los lados menos en el lugar en el que está.
La eterna pregunta que se hace en los grandes acontecimientos de la historia es ‘dónde estabas cuando…’ y por primera vez podremos decir todos lo mismo: en nuestras casas. ¿Dónde estabas cuando se produjo el primer aplauso a los sanitarios y a todos aquellos que están ayudando a nuestro bienestar en esta crisis sanitaria? En mi casa siempre será la respuesta.
Lo asombroso de esto no es que todos estuviéramos en el mismo sitio, lo asombroso es que no hubo persona que no se emocionara con esa primera vez, con ese primer aplauso que nos unió después de tantas diferencias. Remábamos en la misma dirección y agradecíamos por primera vez la labor de aquellos que están entregando su salud a costa de la nuestra. Y ese fue nuestro inicio, nuestro agradecimiento y nuestra propia duda de saber cuántos aplausos más nos quedaban por delante.
Se dice que veintiún días son los suficientes para convertir una acción, o un comportamiento determinado, en un hábito, y Gardel cantaba que veinte años no es nada. Sin embargo, después de 60 días, yo, que siempre he sido más de Chavela Vargas, le hago caso al corazón y me muero por volver.